El deporte es caprichoso. No me canso de decirlo. Es un escritor rebuscado y, en muchas ocasiones, malvado. Detalles que deciden carreras, milésimas que decantan finales, y lesiones que marcan trayectorias. Pero qué bonitos son los cuentos que escribe cuando los protagonistas los disfrutan.
Hoy, el deporte se ha cebado con Esther Navero en la final de los 200 metros del Absoluto en Pista Cubierta. El guionista preparó el desenlace más cruel para ella. ¿Pero qué es la crueldad para una triunfadora agradecida?
La final de los 200 metros se dividió en dos series. Una Final B y una Final A. La limitación en las calles (y lo incómodo de las calles más interiores) de la pista cubierta forzaron esta distribución. De esta manera, las atletas de la segunda final corrieron contra la marca de la ganadora de la primera serie: Paula Sevilla, con 23,59 (mejor marca española del año).
Esa segunda final fue una carrera de dos: Paula García y Esther Navero. Parecía muy complicado acercarse a la marca de Paula Sevilla, pero no hay nada como dos atletas en un gran estado de forma para sacar lo mejor la una de la otra.
Fuimos testigos de una doble marca personal para cerrar el podio. Paula García hizo 23,60: se quedó a una centésima del registro de la primera final. Esther Navero, que se cayó entrando a meta (y se hizo una quemadura de espanto en la pierna, que deseamos que se le sane rápido). El monitor indicaba 23,59. Exactamente el mismo registro de Sevilla.
Esther seguía en el suelo, dolorida. Al igual que Nerea Bermejo, que cayó incluso antes de alcanzar la meta. Todas las miradas en los monitores, en la web de la federación y en la cabina del speaker. ¿Quién ha ganado el oro?

Las milésimas le dieron el primer escalón del podio a Paula Sevilla. Un podio completo en una centésima de segundo. Un pestañeo, dos grados de inclinación de los hombros al agacharse para la photo-finish. Y una quemadura enorme en la pierna, que ahora está embalsamada en Betadine.
En estas condiciones, Esther Navero entró en zona mixta con una sonrisa que iluminó el sotanillo de Gallur. Pidió ayuda para pasar por debajo de la cinta separadora sin hacerse más daño y, en cuanto vio a Paula Sevilla, fue corriendo a abrazarla y celebrar el triunfo de ambas. Un uno-dos que hubiera sido igual de especial en orden inverso.
Terminada la celebración, tiempo para hablar con los medios. Contenta, con ganas de charlar y preguntando el nombre al entrevistador. Con la pizca de prisa que obliga la inmediatez de la entrega de medallas, pudimos compartir una charla con ella, la víctima más reciente de la crueldad poética del deporte. O eso pensábamos.
En un par de respuestas, cambió por completo mi punto de vista. Aportó la felicidad, el respeto y el compañerismo que solo los grandes deportistas tienen; me hizo ver que no es víctima del lado malvado del deporte, sino una triunfadora afortunada, orgullosa de lo que había conseguido.
Orgullosa de lo conseguido, indiferente por lo que no ha podido ser. Tiempo para pensar en sus compañeras, mente fría para valorar la plata según se consigue. Una lección de vida de Esther Navero. Qué orgullo tener deportistas así en España.
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