“Los milagros a Lourdes”, o, al menos, eso es lo que reza el dicho popular. Una oración creada de las habladurías cotidianas que en Cádiz cambió su ejecutor por el de otro protagonista, Sergio González.
La palanca que habilitó al Cádiz la posibilidad de mantenerse en la primera categoría del fútbol español, en unas circunstancias de desahucio prematuro generalizado, sin excusar ni un centímetro a los jugadores gaditanos, que resultó ser erróneo juicio.
Pero en la mesa de los negocios, nadie entiende de proezas bíblicas. Su trabajo fue encomiable, algo ausente en tiempos voraces y, paradójicamente irrelevante a estas alturas de la película. Cuando el Cádiz está siendo el peor equipo de las 5 Grandes Ligas (0 puntos y 0 goles. Solo empatado a puntos con el Bochum), los fantasmas del adiós reclaman su salida a escena.
Del Mesías al Salvador
Otro dicho que podríamos utilizar para rescatar a Sergio de su propio linchamiento público es que “en peores plazas se ha toreado”. La situación que la institución gaditana atravesaba a su llegada era rocambolesca como primera definición. Pero, no muy lejos del desastre actual.
Se encontraba con un Álvaro Cervera recogiendo sus bártulos a la salida de la Tacita de Plata, una leyenda que ha creado un estatus completamente nuevo dentro del ámbito futbolístico del club, pero con un equipo laxo y falto de soluciones, con única dirección hacia el barranco de la 2ª División, pese a tener una plantilla más que limitada para la élite.
Una figura que tan solo tenía éxitos y hazañas en su mochila, al lado de sus inseparables gafas de pasta negra y su pasaporte ecuatoguineano. Pero el proyecto de Cervera dio de sí la cinta. Después de labrarse una reputación como el equipo matagigantes de la competición nacional, el amigo 2021 vino con ganas de suponer un bache insalvable para la Cerveneta.
Llegada la jornada 18, días después de unos turrones que Álvaro pudo disfrutar acompañados de amargura y estrés competitivo, el conjunto cadista marchaba penúltimo, con peores sensaciones que resultados y apenas 14 puntos y 15 goles en el casillero. Se trataba de un equipo en el que el 4-4-2 no daba más de sí, siendo más una condena que una seguridad del modelo de Cervera.
La ausencia de reactividad ni proactividad del equipo amarillo en determinados momentos del curso, le impidió subir colinas que se convirtieron en ochomiles. Dependientes de Negredo como hombre sistema, que fuese el dios griego capaz de recibir, lanzar y crear, además de una paupérrima gestión defensiva más allá de Conan Ledesma, Pacha Espino, y unos centrales con ínfima consistencia.
Con este panorama, las herramientas eran altamente limitadas, al igual que las expectativas. Jugadores incluidos en una vorágine intrínseca del vestuario fabricada a base de pensamientos negativos y autodestructivos, un bucle sin salida plausible salvo un cambio diametral. Una casa de locos con no más antídotos que Sergio.
Con apuros y en quinta marcha
La base era endeble, y el mercado pudo ayudar a ampliar el catálogo de expresiones futbolísticas del Cádiz aquel enero a base de calidad individual. Rubén Alcaraz aportó el equilibrio a una medular de un corte destructor y autodestructivo.
La pólvora de los cañones escaseaba, y Lucas Pérez, junto con Oussama Idrissi, trataron de encender las mechas de una artillería con mayor número de balas, pero de efectividad con una magnitud similar.
Pero los cimientos se soportaron sobre la defensa. Sergio insistió durante todo el curso la relevancia de revertir el status quo de la relación ofensiva-defensiva del equipo, pasando a encajar 20 goles en vez de 32. Unos mimbres que permitieron la progresión desde detrás hacia delante, asimilando principios de construcción de juego con los partidos y mayor solidez táctica.
Todo, cristalizando en un plan con ranuras de escape, pero que se alzó con el bastón de la salvación cuando cayó la noche en La Liga 21/22. Lo logró, amiliando un carácter especial y que mostraba cierto margen progresivo de cara al próximo curso.
De vuelta al punto inicial
Por último, dice el refranero que, “Donde no hay mata no hay patata”. Un mantra que parecía estar ceñido a la sienes de los directivos del Cádiz, necesitados de una inversión en calidad para dotar de otra pata más a su proyecto. Un molde de jugadores con carencias era la descripción de la plantilla final cadista, que necesitaba reformas estructurales, no únicamente de chapa y pintura. Sin embargo, eso falló, por H o por B, y el resultado continúa con uno de los presentes con mayor número de limitaciones de la competición.
La apuesta inicial inicial por un esquema de tres centrales podría parecer abiertamente esperanzadora, aportando mayoro protagonismo a otro de los ejes sobre los que giró el fútbol ofensivo de la salvación. Aun así, el cubo de Rubik no giraba para ocupar las esquinas adecuadamente, y la fortaleza se desvanecía. Un intento de empezar de 0 que restauró de fábrica los automatismos.
Tras 5 jornadas, no parece encontrarse un patrón fijo sobre el que quiera empezar a construir Sergio. Diferentes rivales, sistemas completamente opuestos y precipitados. Desde la defensa a pares ante el Celta para dar mayor protagonismo por fuera y anclar a los del Chacho en mediocampo, pasando por la construcción de base ante Athletic y Osasuna combinada con desmarques oficiosos del Choco Lozano, o el regreso al bloque bajo sin opciones de llegada ni en transición ante Real Sociedad y Barcelona. Todos, planes con astucias tácticas con margen amplio de aplicación, pero con un único denominador común, la indefinición como camino.
Un camino en el que Sergio buscaba rescatar los frutos cosechados la pasada campaña, que han quedado sepultados por las cenizas forestales del olvido y la ansiedad por recuperar una solidez que, está siendo en ocasiones, como el Gato de Schrödinger, existente y no al mismo tiempo, que acaba definiendo al Cádiz como una contrarreloj.
El tiempo se acaba, la hartura gana a la esperanza y los méritos pasados de Sergio queman etapas ante el fuego del descenso acechando los márgenes del club del Nuevo Mirandilla.
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