La coronación del infante Brais

En estos días, lo habitual es que los únicos reyes de los que nos acordemos sean aquellos que portan regalos a lomos de unos camellos. Sin embargo, os voy a contar un breve relato sobre la realeza de un deporte. A día de hoy, dos linajes futbolísticos protagonizan las últimas artimañas y problemáticas dignas de la esencia europea. En Vigo, hace años que el poder en manos del Rey de las Bateas busca un heredero a medio plazo sobre el que descansar el legado de una generación de goles. A su contienda, numerosos candidatos son los que se han sentado a la mesa de Don Iago, sin éxito deslumbrante, o no, por lo menos, el respeto necesario por parte de la corte.

De entre ellos, Brais Méndez, el príncipe de Mos, fue uno de los últimos pretendientes. Tras temporadas de una creciente apreciación, la falta de ambición del reino hizo que lo abandonara, perdiendo su condición de príncipe para pasar a ser un simple infante. Desde allí, llegó a los dominios del reino de Donostia. Una ínsula gobernada por el duque Oyarzabal, el conde Merino, el mago Silva y el maese Alguacil. Aunque como caballero andante despreciado, el clan txuri-urdin acogió al infante Brais con los brazos abiertos. Dispuestos a situarle en primera línea de batalla, en una formación en diamante que comenzó a tomar forma en la anterior contienda. Su impacto fue tan certero como el de las balas en el campo de batalla. Su fútbol se ha convertido en una atracción imperdible para todos los transeúntes. Y los detalles de este desempeño no son cosa de brujería.

Aún dejando a un lado — pero cerquita; no la perdamos de vista — la retórica medieval, la eclosión de Brais Méndez en la Real tiene un atractivo propio de la alquimia. Un trabajo de adaptación minucioso que ha resultado en un producto colorido y un estallido de personalidad futbolística. Llegó a Anoeta con la lección aprendida — no sé si en el viaje en coche o mientras deshacía las cajas de la mudanza — y eso ha acabado reflejándose en un rendimiento exponencialmente creciente. Llegó con el rol de empollón, pero de esos que no estudian, simplemente atienden en el campo y resuelven en consonancia.

Provenir de un ecosistema táctico como el del Celta del Chacho Coudet, en el que el estandarte de su castillo era la intensidad con y sin balón, ha acabado por suponer un beneficio suculento en la portabilidad entre esquemas. De naturaleza proactiva, la Real de Alguacil supone un escalón más en ese estilo de juego, con mayor velocidad con balón y coherencia a lo largo del campo. En ese escenario, la evolución de Brais hacia un jugador con cada vez mayor control del tempo, involucrado en labores de construcción y de progresión de las jugadas; ha hallado una mina que reventar y expoliar.


Imagen vía Mundo Deportivo

Si recordamos el esquema de la Real, veremos que no hay nada mejor que un diamante para pulir una gema en potencia como lo es el gallego. Si bien es una geometría no del todo ajena, lo cierto es que su rol sí. Empezando por la cantidad y calidad de sus toques, que tienen un mayor valor ofensivo y efectividad. Ha pasado de ser una segunda o tercera espada en campo rival, al conductor de un amplio rango de mecanismos internos del engranaje. Esto parece que podría no traducirse en valor gol en los últimos metros, pero dada la naturaleza de este peculiar diamante romboidal, cada altura involucra funciones en las dos caras del juego no independientes de las cercanas. En ese aspecto es donde el dominio de recursos tácticos, de lectura del juego y de interpretación del momento reluce. Aspectos en los que el IQ de Brais, está por encima de la media. Pero, además — y volvemos a hablar de intensidad — el esfuerzo sin balón ha sido una capacidad que lo distingue del resto de sus homólogos. La intensidad en los duelos que presenta, por un lado, le hace culpable de una gran cantidad de faltas, pero, sin embargo, le convierte en el líder de las presiones en campo rival (junto a Mikel Merino). Simplificando, guía el bloque y consigue que las líneas rivales se estiren, facilitando el robo tras pérdida.

Y, si algo podría titular este análisis, es la capacidad de traducir; de producir, ocasionar y forzar acciones que acaban siendo sinónimos de gol. Sin Oyarzabal, Sadiq e Isak, los galones libres necesitaban un postor, y Brais los lleva cargando a sus espaldas con vigor desde hace meses. Un peso consistente de una suerte de pócima mágica de Michael Jordan, que le ha convertido en uno de los centrocampistas más anotadores de Europa. Acumula ya 17 acciones (entre goles y asistencias) con valor gol. Acciones que definen partidos, y vuelcan la balanza de los 3 puntos, en muchas ocasiones, en la dirección de los realistas.

Y, su rendimiento es uno de los principales bastiones del Reino de Donostia para afrontar el frío enero de las montañas de La Liga, donde en campañas pasadas, ya han sufrido tropiezos insalvables. Estos honores antes narrados, hacen valer la candidatura del infante Brais a acceder a los más altos pabellones de la nobleza, e incluso, quién sabe, lograr su ansiada corona.

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