Cuestión de estado.
Cuando un campeonato de las dimensiones de una Eurocopa se acerca, se inaugura una temporada de análisis, predicciones y presagios. Y no fueron pocos los que vieron en Dinamarca una plantilla capaz de “dar la campanada”, de ser esa selección, a lo Gales en 2016 o a lo Grecia en 2004, con la que Europa entera se alía, la que conquista los corazones de aquellos que buscan algo fuera de lo normal en un torneo de estas características.

Un plantel preparado para sorprender.
Una Dinamarca con una plantilla más que interesante; muchos jugadores que venían de hacer grandes temporadas, ganar títulos con sus clubes, y sobre todo, una plantilla con líderes y estandartes muy claros. Es el caso de Kasper Schmeichel (que venía de ganar la FA Cup con el Leicester), el portero de 34 años cuyo progenitor, Peter Schmeichel, conquistó la única Eurocopa de la historia del pueblo danés, en 1992.
Es el caso, también, de Simon Kjær, que en su nueva etapa en Milán se había reencontrado con la mejor versión de sí mismo y había devuelto a los “rossoneri” a lo alto de la tabla italiana. Y es el caso, por supuesto, de un Christian Eriksen de 28 años que, tras dejar Londres, había tenido que habituarse a Milán, concretamente en el bando opuesto a su compañero Simon: bajo las órdenes de Antonio Conte, vestido de “neriazzurro”. Su primer año fue agrio y la nueva temporada no parecía empezar mejor, pero tras el duro invierno (donde su tiempo en Italia parecía que se acababa), finalmente floreció.
Se convirtió en una pieza importante para el equipo, y sin duda, su aportación como mezzala facilitó enormemente la conquista del decimonoveno título liguero del Inter. Era la cabeza visible de la selección danesa, un mediapunta excepcional con el irreprochable dorsal número 10 a la espalda. Un ídolo nacional pese a nunca haber llegado muy lejos en torneos de selecciones, pero actuaciones como la que hizo frente a la República de Irlanda cuatro años atrás, marcando un hattrick para clasificarse al Mundial de Rusia, siguen en la mente de toda Dinamarca. En resumen; un jugador de un talento que sus compatriotas no veían desde Michael Laudrup.

Aún así, la lista de buenos futbolistas de los que disponía el técnico danés, Kasper Hjulmand, sigue con nombres como Pierre-Emile Højbjerg, Thomas Delaney, Andreas Christensen o Daniel Wass, entre muchos otros.
Para los daneses, la Euro 2020 era una ocasión magnífica para enseñarle a Europa de qué pasta estaban hechos. Su primer rival era una selección que jamás había jugado una fase final de Eurocopa, unos completos debutantes: Finlandia. Los escandinavos partían como el “underdog” del Grupo B, que completaban Bélgica y Rusia. Era el segundo día de campeonato, y el partido se jugaba en el propio Telia Parken de Copenhague, por lo que los locales tenían el calor de sus aficionados.
Fuerza, Christian.
La primera parte transcurrió sin demasiado ruido, hasta que en el minuto 43, pegado a la banda izquierda del campo finés, Christian Eriksen se desplomó. A pocos metros estaba el colegiado inglés, Anthony Taylor, que inmediatamente se acercó al jugador danés, y a los pocos segundos, las asistencias llegaban a atender al centrocampista mientras el estupor se extendía entre los espectadores, el cual se convirtió en desasosiego cuando las cámaras de televisión enfocaron a un Eriksen con un aspecto realmente preocupante siendo reanimado, mientras sus compañeros de equipo, al ver lo que estaba sucediendo, formaron un anillo de seguridad para evitar que las cámaras siguieran sacando imágenes.
Veíamos a Kjær, que observaba la maniobra y posteriormente supimos que fue la primera persona que fue a socorrer a Eriksen. Veíamos a Schmeichel, que fue a consolar a la hermana de Christian en la línea de banda. En las caras de sus compañeros veíamos rezos, llantos y mil emociones en unos minutos que fueron angustiosos para todos, y en los que el mundo del deporte reaccionó al unísono con mensajes de ánimo y apoyo al futbolista del Inter.
El partido había sido ya oficialmente cancelado por la UEFA y todos temíamos lo peor cuando, mientras le retiraban en la camilla, se tomó una foto que en cuestión de segundos recorrió el mundo entero: Eriksen estaba consciente, con los ojos abiertos y una mano en la cabeza. Una luz en la oscuridad en la que se había sumido la Eurocopa. Mientras los dirigentes de la UEFA y la plantilla danesa aclaraban qué hacer con el partido, las aficiones de Finlandia y Dinamarca, que aún se encontraban en el campo, protagonizaron uno de los momentos más entrañables del torneo, turnándose para corear el nombre del mediapunta danés.
Finalmente, se decidió que el partido sería reanudado desde el minuto 43 esa misma tarde, y fue Mathias Jensen, el jugador del Brentford, el que sustituyó a Eriksen. Todos nos preguntábamos cómo era posible que los daneses continuasen, habiendo vivido un evento tan traumático minutos antes, y lo cierto es que se vio a un equipo lleno de imprecisiones que, en el minuto 60, concedió un gol que significaba el primer tanto en una Eurocopa para Finlandia, marcado por Joel Pohjanpalo ,a pase de Jere Uronen. Acto seguido, el afectado Kjær se vio incapaz de continuar, y tuvo que ser sustituido por Jannik Vestergaard. Poco después, una torpe entrada de Arajuuri dentro del área hizo caer a Poulsen: los daneses tenían un penalti. Una tarea que solía recaer en Eriksen, y que en su ausencia, tuvo que asumir un jugador tan visceral como Pierre-Emile Højbjerg. Su disparo fue blocado por Hradecky, y Dinamarca terminó su primer partido del torneo con una derrota por 0-1.
La Euro sin Christian, por Christian.
Por suerte, los 3 partidos de fase de grupos de los daneses eran en casa, y el rugido de la afición, después de lo sucedido, era más fuerte que nunca.
La expectación por el estado de Eriksen se había, en gran medida, disipado, con una alentadora y sonriente foto desde el hospital que subió el jugador danés a sus redes sociales agradeciendo todos los mensajes de apoyo; él no se había enterado de apenas nada y se sentía perfectamente. Ahora los soldados de Hjulmand tenían a su #10 como estampa, una motivación que levantaba a todo el país nórdico, algo más por lo que luchar. Sin embargo, se enfrentaban a una Bélgica que venía de golear a Rusia con un brillante Lukaku, y que otro año más, se mostraba como una alternativa para campeonar y demostrar el talento de su generación dorada. La buena noticia para los de Hjulmand era la ausencia del mejor futbolista belga en la actualidad: Kevin De Bruyne. Roberto Martínez disponía de su habitual 3-4-3 con Dendoncker en el pivote junto a Tielemans, y Thorgan Hazard y Carrasco jugueteando en el carril izquierdo.
La pizarra danesa a falta del #10.
Pero, con la falta de Eriksen, ¿qué ideó Hjulmand? Con una plantilla llena de sustitutos de calidad, las opciones podrían haber sido muchas: Dolberg, Andersen, Nørgaard, Jensen… Pero el nuevo “plan A” de Dinamarca incluía a Vestergaard en la ecuación como tercer central, en un 3-4-3 (al igual que sus rivales). Así, Kjær ocupaba el sector izquierdo y era el joven Christensen el que comandaba la defensa y ejercía de mediocentro en ocasiones. Los carriles los ocupaban Wass por derecha y el diestro Mæhle en izquierda, con el jovencísimo Mikkel Damsgaard orbitando la mediapunta y el sector zurdo, haciendo de “reemplazo natural” de Eriksen, si tuviésemos que trazar un símil.

Este lavado de cara sentó bien a Dinamarca, que al minuto y medio de empezar el encuentro se topó con su primer gol en el torneo tras un excepcional robo de Højbjerg, que habilitó a Poulsen para ponerla al fondo de la red belga. Esto prendió la mecha de la dinamita danesa, que asedió la portería de Thibaut Courtois y mantuvo a Bélgica a raya durante toda la primera parte. Sin embargo, Roberto Martínez tuvo que intervenir en el descanso: el partido de Mertens se acababa; salía al campo Kevin De Bruyne. El pelirrojo tardó poco menos que 10 minutos en armar un contragolpe junto a Lukaku, y con su gracilidad habitual le puso el balón en bandeja a Thorgan Hazard para hacer el 1-1. Los daneses se habían apagado, Copenhague volvió a estado de shock. Y fue en el 70’ cuando los hombres de calidad de los “diablos rojos” volvieron a entenderse y fue el propio De Bruyne el que puso, desde fuera del área, el sello belga en la red que defendía Schmeichel. Era la segunda derrota en una fase de grupos de 3 partidos.
Rusia, clave en el pase a octavos.
Por suerte, la victoria de Rusia sobre Finlandia equilibraba las cosas en el grupo. Sin embargo, el mazazo emocional era importante, pero todos los jugadores sabían que debían lograrlo, debían ganar a Rusia para, al menos, tener una oportunidad. No todo estaba perdido.
Cuatro días después, llegaba el momento de la verdad. Y los daneses revivieron. Damsgaard abrió el marcador con un golazo desde fuera del área, y comenzó la fiesta danesa, a la que se unió Poulsen tras un regalo de Rusia en el minuto 59.
Los de Cherchesov intentaron recomponerse con un gol de penalti de Dzyuba, pero Christensen, a falta de 10 minutos, abrió fuego sobre la portería rusa con un misil desde 25 metros para poner el 3-1. Su celebración lo decía todo: esto era Dinamarca. Mæhle completó su exhibición con el 4-1 definitivo en un día que supuso un punto de inflexión para los daneses, que minutos después celebraban la victoria de Bélgica sobre Finlandia. Estaban en la fase final de la Euro 2020, pasando como segundos de grupo. Copenhague festejó, y un estadio que días antes se encontraba en absoluto silencio se inundó de alegría.
Nunca es fácil pasar una eliminatoria.
Aquí comenzaba, realmente, la aventura de los jugadores daneses. Había algo en el ambiente que les hacía sentir imparables, y su rival de octavos de final invitaba al optimismo: una Gales muy renovada respecto a la que llegó a semifinales cinco años atrás, y que no covencía del todo.
Kasper Dolberg y Stryger Larsen reemplazaban a Poulsen y Wass en el once inicial, y el delantero del Niza completó un partido sensacional con un doblete al que se unieron Mæhle, con otro tanto en los minutos finales, y un Braithwaite que selló el ticket para la siguiente fase del torneo: eran uno de los 4 equipos en semifinales. En un espacio de 180 minutos, Dinamarca había pasado de estar prácticamente eliminada a golear a sus dos rivales y estar a tres partidos de la gloria que ya consiguieron en 1992.

Los cuartos de final no fueron fáciles; un duelo contra un rival que llegaba muy motivado después de ganar a unos Países Bajos emocionantes por 2-0: la República Checa de Jaroslav Silhavy. Con un Patrik Schick que estaba viviendo el torneo de su vida, proclamándose pichichi con 4 goles hasta el momento, y con estandartes como Vladimir Coufal o Tomas Soucek (ambos militantes del West Ham inglés), los rojiazules habían sobrevivido en un grupo con un semifinalista y un finalista del anterior mundial.
El primer golpe fue un testarazo de Delaney en el minuto 5, que ponía a Dinamarca por delante. Hacia el final de la primera parte, la presión checa estaba rozando el gol, pero la velocidad de Mæhle y la precisión de Dolberg aumentaron la ventaja danesa justo antes del descanso.
Con dos sustituciones, Silhavy encontró la manera de contraatacar del mismo modo que los daneses lograron el segundo gol: con un centro de su lateral. Coufal asistió a Schick, y la ventaja de los de Hjulmand volvía a ser mínima. Durante el resto del partido, los nórdicos lograron alejar el balón de su área y mantenerse con vida, hasta que finalmente se cumplieron los 6 minutos de tiempo añadido. Eriksen estaría orgulloso: eran semifinalistas.
Inglaterra les esperaba. Una selección con una afición apabullante, y un estadio claramente hostil para los daneses. La alineación se mantenía intacta. Las apuestas estaban claramente a favor de los de Gareth Southate. Y en el minuto 20, Mikkel Damsgaard hizo estallar Wembley con un trallazo de falta desde 30 metros.
Pero Kane y compañía tardaron poco en demostrar su fútbol y darle la vuelta a la tortilla, con un centro de Saka que Kjær, el capitán y héroe de esta nueva selección danesa, introdujo en su propia portería.
Después del descanso, el partido fue muy igualado y el marcador no se movió. Todo podía pasar, se iban a la prórroga. E Inglaterra empezó a apretar más, disponiendo el técnico inglés de un banquillo lleno de estrellas como Jack Grealish o Phil Foden.
Una decisión que lo cambió todo.
Fue justo antes del término de la primera parte, cuando todo se torció para Dinamarca. En una arrancada de Sterling hacia el área, este cayó ante Mæhle y se pitó penalti. Nadie parecía muy seguro de qué había pasado, y la cara del carrilero derecho danés era pura circunstancia. Vimos la repetición, se acudió al VAR, y la decisión era más que cuestionable. El contacto, visto desde cualquier ángulo, fluía entre la nimiedad y la inexistencia. La decisión del colegiado holandés era implacable: penalti para Inglaterra.
Harry Kane, capitán y uno de los mejores lanzadores desde los once metros del mundo, se disponía a poner la ventaja frente al calor de su afición. Schmeichel paró, pero no con la contundencia suficiente para evitar que el rebote cayera de nuevo en los pies del delantero del Tottenham; los británicos se ponían 2-1 justo antes del descanso, un mazazo del que Kasper Hjulmand intentó recuperarse utilizando el último cambio que le quedaba: Jonas Wind, el enganche del København entró al campo sustituyendo a Vestergaard. Tenían que ir al ataque. Por su parte, Southgate hizo lo contrario: había que quitar artillería arriba y la defensa de 5 era lo lógico, con Trippier reemplazando a Grealish.

La segunda parte de la prórroga fue un espectáculo de ansia, donde se sabe que uno de los equipos se está jugando la vida y el otro intenta convertirse en una muralla medieval durante quince minutos. Pero cuando Inglaterra recuperó la posesión, el partido murió para Dinamarca. Su sueño había llegado a su fin.
Mucho más que once hombres dando patadas a un balón.
Los recuerdos nunca mueren. Y los 25 días que duró la epopeya danesa quedarán en la memoria de los campeonatos europeos, de cómo un torneo que podría haberse tornado negro se convirtió en una historia de redención, un ejemplo de heroicidad en el mundo del deporte, involucrando a jugadores, colegiados, técnicos, y sobre todo, aficionados. Unas semanas donde vimos fraternidad entre aficiones rivales, en las que jugadores de todo el mundo celebraban con un 1 y un 0, y en las que, pese al agridulce final, pudimos ver a un grupo que luchó por algo más que un trofeo.

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