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Quizás no lleguen a colgarse una medalla en estos Juegos Olímpicos, pero el equipo de baloncesto de Sudán del Sur ya ha ganado. Todos y cada uno de los representantes del equipo olímpico tiene su particular historia: ellos o sus padres tuvieron que emigrar a otros países debido a los conflictos bélicos que todavía a día de hoy azotan el país.
El territorio de Sudán ha sido uno de los lugares más conflictivos en la historia reciente del continente africano. La última gran guerra comprendió del 1983 hasta el 2005. En 2011, tras un referéndum de independencia, el país se dividió formando lo que ahora es Sudán del Sur. Pero ahí no terminó el conflicto, más bien se avivó. Tan solo dos años después, estalló otra guerra civil por el poder político de la nación que dejó más de 400.000 muertes. El acuerdo por la paz llegó en 2020, aunque las secuelas de la guerra y los constantes ataques entre las etnias que conviven en el territorio hacen de Sudán del Sur un lugar altamente peligroso.

Con todo este ecosistema de terror se hace difícil explicar cómo están ahora mismo disputando unos Juegos Olímpicos. El gran culpable de ello es un viejo conocido para los seguidores de la NBA: Luol Deng, presidente de la federación de baloncesto desde 2019. Deng nació en Sudán del Sur, pero tuvo que emigrar a Egipto cuando era niño para escapar de la guerra civil. Allí conoció a otro sudanés exiliado, el que en su momento llegó a ser el jugador más alto de la NBA, Manute Bol. Este le inculcó a él y a su hermano mayor el amor por el baloncesto.
Tras 15 años de carrera en la NBA, Deng tenía un objetivo: hacer crecer el baloncesto de su país, y vaya si lo ha logrado. Pagó de su bolsillo todos los gastos que el equipo nacional necesitaba, sobre esto habló estos días el entrenador, Royal Ivey: «Luol Deng ha financiado todo de su bolsillo desde hace cuatro años; él paga hoteles, gimnasios, vuelos y todo. No habría equipo sin él».
El propio seleccionador destapó las dificultades de su equipo para tener una preparación en condiciones antes de estos Juegos. En Sudán del Sur no hay ninguna instalación cubierta, por lo que se tuvieron que desplazar al país vecino, Ruanda, para poder entrenar. También tuvieron que hacer largos viajes de avión en clase turista, con lo que eso supone para jugadores de ese tamaño. Problemas impensables para el resto de selecciones que les acompañarán en París.
Pero lo más importante y meritorio que ha hecho Deng fue convencer a todos esos jugadores con raíces sursudanesas, que tuvieron que abandonar de niños su país, para ahora representarlo. El caso de la estrella del equipo, Carlik Jones, nacido en Ohio, pero de madre sursudanesa; el de Nuni Omot, que nació en un campo de refugiados en Kenia mientras sus padres huían de la guerra; o el del prometedor Khaman Manuach, que nació en el propio territorio pero tuvo que emigrar con muy pocos años a Uganda por el mismo motivo.
Una clasificación historica a los Juegos Olímpicos
Sin embargo, todos esos reveses no han hecho más que fortalecer y unir a un grupo que no para de hacer historia. Su presentación al gran público fue el año pasado en el Mundial de Filipinas. Allí consiguieron victorias ante China, Filipinas y la más importante, ante Angola, que les daría el billete a los Juegos Olímpicos de París como mejor clasificado africano.
El baloncesto sursudanés avanza a pasos agigantados y se ha demostrado este mismo verano. Tras poner contra las cuerdas en la preparación a Estados Unidos, en un partido en el que tuvieron el tiro para ganar, ahora en los Juegos ya han roto otro hito histórico, y es que en su primer partido en París consiguieron vencer a la selección de Puerto Rico, consiguiendo así la primera victoria de la historia de Sudán del Sur en unos Juegos Olímpicos. Y la primera africana desde 2012.
Ninguno de los integrantes del equipo vive ahora en el país. Algunos ni siquiera han estado. Pero compiten por sus raíces y por toda la gente que está luchando día a día en Sudán del Sur. La casi victoria en el amistoso ante Estados Unidos o el triunfo ante Puerto Rico en los Juegos, enorgulleció a un país que por unos momentos dejó de pensar en la violencia, en la corrupción o en la pobreza. Y eso es un logro mucho mayor que cualquier medalla.

