Carlos Alcaraz fue campeón en Wimbledon este domingo, derrotando a Novak Djokovic en una final de muy alto voltaje (1-6, 7-6(6), 6-1, 3-6, 6-4). Por primera vez en diez años, Djokovic perdía un partido en la Central de Wimbledon. Por primera vez desde 2017, el serbio cedía en Londres. Y lo hacía ante un murciano de 20 años recién cumplidos; otro sumando más de un conglomerado que induce a pensar en un principio de cambio de mando en el tenis mundial.
Del partido que coronó a Alcaraz en la hierba de Wimbledon pocos se olvidarán. Un nivel de tenis de notable alto –aunque lejos de ser comparable, como alguno se atrevió a sugerir, con la final de 2008– y un nivel de emoción más elevado todavía; por aquello de ser David contra Goliat; el rebelde cuasi-adolescente que intenta acabar con la hegemonía del asentado rey del césped.
Cuatro títulos consecutivos en Wimbledon. Tres Grand Slams consecutivos ganados. Diez años sin perder en el Centre Court. 77 partidos ganados de 77 en Wimbledon tras ganar el primer set. 15 ‘tiebreaks’ ganados de forma consecutiva, y ninguno perdido en Grand Slam desde el Open de Australia. Ningún quinto set perdido en Grand Slam en cuatro años, y ninguno en Wimbledon en diecisiete. La persecución del calendar-year Grand Slam. La opción de igualar los ocho títulos y cinco consecutivos de Federer. Los “elementos” estaban con Novak Djokovic. El amparo de Alcaraz era el empezar a sumar, el ser el tercer hombre español en ganar en Londres, el callar las bocas osadas que aclamaban que no sabía jugar en hierba… Y no mucho más. Por todo lo otro, el trofeo parecía llevar tallado el nombre de su campeón en serbio.
Pero lejos estuvo Djokovic de su mejor nivel, especialmente en el determinante arranque del quinto set, cuando desperdició una bola de quiebre –y quizá, en lo moral, de partido– en el primer juego al servicio de Alcaraz fallando una volea alta en un error impropio del balcánico. Fue, indiscutiblemente, el punto de inflexión que desequilibraría la balanza. Hasta ese momento, Djokovic había dado sensación de mayor entereza, de acarrear el momentum de haber ganado el cuarto set, pero la fe y la templanza del descarado Alcaraz tumbaron al siete veces campeón en el All England Club. Reponiéndose de un catastrófico primer set para ganar el segundo salvando bola de set, y el tercero con la misma solvencia con la que ganó el primero; y reponiéndose de un tenso cuarto set perdido para ganar un quinto con toda la serenidad –que no era poca– que se podía permitir un muchacho de 20 años que juega su primera final de Wimbledon.
La consolidación del cambio de mando y un futuro que augura récords
La victoria de Nadal ante Federer en Wimbledon 2008 destronó a Federer como el mejor tenista del mundo durante muchos años. La de Djokovic ante Nadal en la final de Wimbledon 2011 hizo lo propio para el serbio con Rafa. Y, como a la historia se le consienten sus caprichos, tiene bastante pinta de que la final de Wimbledon 2023 puede haber sido la que destrona a Djokovic como el número uno moral del tenis mundial.
La confirmación de lo que parece ser un hecho corre a cuenta de Carlos Alcaraz. En su tejado está la pelota ahora, y en el horizonte el Abierto de Estados Unidos y el Abierto de Australia; dos eventos a los que hace poco tildaríamos de territorios comanche para Alcaraz, subordinado a la batuta de Djokovic, pero que, a partir de ahora, tendrán al murciano como máximo favorito indiscutible. Será Djokovic ahora el que tenga mucho que ganar y poco que perder. Será, para Alcaraz, una inédita forma de presión en su carrera.
Antes de los 21, ya es uno de los mejores deportistas españoles de todos los tiempos; y su techo, en lo que a pulverizar récords se refiere, parece no tener fin. Si las lesiones, la cabeza y el hambre le respetan, el ser una súper estrella en un circuito que brilla por la ausencia de estas le puede poner en una situación de, quizá, ganar los cuatro Grand Slams en una temporada (cosa que no se hace desde 1969); o superar en unos lustros a Novak Djokovic como el tenista con más Majors de la historia.
Ya sí valen las comparaciones. Ya sí vale que le apretemos con objetivos. Ya sí hay que exigirle ganar cada torneo que juegue. Y, aunque parezca que nos aventuramos con profecías y solo el tiempo dicte sentencia, hay muchos motivos para pensar que vamos a divertirnos, y de lo lindo, con el desafío a la historia de Carlos Alcaraz.

